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viernes, abril 19, 2024
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170 años de relaciones con USA

Bolivia y Estados Unidos han cumplido 170 años de relaciones diplomáticas, lapso en el que hubo un amplio e histórico entendimiento, así como dificultades que enturbiaron su relacionamiento. El 3 de enero de 1849, el Encargado de Negocios Americano John Appleton presentó sus credenciales al Gobierno de la República de Bolivia. Posteriormente el año 1942 las Legaciones de ambos países fueron elevadas a rango de Embajadas. Luis Fernando Guachalla fue el primer embajador de Bolivia ante USA y Pierre de L. Boal el embajador norteamericano ante el gobierno boliviano.

Hoy, el distanciamiento y los desacuerdos han perturbado la armonía, fundamentalmente por connotaciones políticas basadas en una profunda fractura ideológica que sustenta el actual gobierno boliviano, con relación a la política norteamericana en general. A su vez, Estados Unidos se ha alejado notoriamente de nuestro país. La potencia del norte hoy celebra 243 años de haber consolidado su destino el 4 de julio de 1776 cuando el Congreso adoptó la Declaración de Independencia, determinando libres del dominio inglés a las colonias norteamericanas.

En más de un siglo y medio, los diferentes gobiernos de los dos países han contribuido y actuado en busca de soluciones a problemas internacionales y han reforzado sus vínculos bilaterales. En la Segunda Guerra Mundial Bolivia estuvo junto a los aliados, aportando con estaño a precio subvencionado. Ambos países han participado en la fundación de Naciones Unidas, y en ese marco suscribieron numerosos tratados, acuerdos y convenios internacionales.

Pero desde 2006, una serie de hechos y actitudes deterioraron las relaciones. La hostilidad antinorteamericana se ha ido manifestando con declaraciones de elevado tono y finalmente con actitudes concretas, como la expulsión del embajador Philip Goldberg en septiembre de 2008, acusándolo de conspirar contra el Gobierno boliviano. Posteriormente también se expulsó a la agencia antinarcóticos DEA y también cesó la presencia de USAID, situación que tensionó mucho más las relaciones.

Después de una serie de conversaciones diplomáticas, tanto el Gobierno boliviano como el estadounidense, coincidieron en señalar que estaba en camino un restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas entre ambos gobiernos.

Hubo varios intentos, en uno de ellos, en un comunicado conjunto emitido por las misiones negociadoras, se decía que «las partes lograron progresos significativos en puntos sustanciales y establecieron un plan de actividades que busca arribar a un acuerdo final». Inclusive se firmó un acuerdo marco, que regulariza las relaciones diplomáticas bilaterales entre ambos países. Aunque la firma del documento no se realizó al más alto nivel diplomático, se trataba, sin duda, de un avance importante. El objetivo era reactivar «la cooperación entre ambos países», según los anuncios.

Pero cuando la política y las ideologías imponen su sello, todo intento de armonía se desvanece, para dar paso otros sentimientos que permanecen muchas veces ocultos. Esto parece haber ocurrido en este proceso, ya que mientras se desarrollan negociaciones en el campo diplomático, algo, o alguien, perturbó el ambiente. Siguieron fuertes alusiones que alejaron toda posibilidad de un reencuentro. Lo extraño es que mientras lanzan arengas antimperialistas y anticapitalistas, el gobierno busca inversionistas y envió delegaciones al país del norte para subastar las áreas protegidas. El propio presidente, Evo Morales, viajó el año 2015 a Nueva York. Se reportaba que el mandatario boliviano explicaría y aclararía dudas a representantes de unas 130 empresas, bancos e instituciones, en el encuentro denominado «Invirtiendo en la nueva Bolivia», propiciado por el periódico británico Financial Times.

Pero sin duda, un esfuerzo de esta naturaleza tiene que ir acompañado de algunas condiciones básicas que más allá de los discursos, convenzan a las empresas transnacionales, que son la crema y nata del capitalismo, a arriesgar su patrimonio. Naturalmente, frente a posiciones tan radicales es muy difícil avanzar en un intento que permita edificar una relación constructiva en la que prime el respeto, la voluntad de auténtica cooperación y un deseo de ir hacia adelante en una infinidad de alternativas comunes que podrían beneficiar mutuamente a los dos países.

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