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martes, abril 23, 2024
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De la interpelación a la trifulca

La injusticia es la semilla de la discordia, mientras el fanatismo, la intolerancia y los intereses sectarios son el abono para la violencia. Todo conflicto se inicia al calor de estos ingredientes que muchas veces, son empleados y activados deliberadamente. Algo de esto ocurrió en la bochornosa sesión de la Asamblea Legislativa Plurinacional destinada a la interpelación al Ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, que se convirtió en la caja de resonancia de la polarización política e ideológica.

La sesión fue utilizada como piedra angular de la situación social y económica coyuntural, y del disgusto generalizado del momento, agravado por los efectos de la crisis sanitaria que hasta ahora no encuentra un rumbo que permita salir adelante. Las improvisaciones en los actos de gobierno, la persecución política, el sometimiento del sistema judicial, la transgresión a las normas legales y procedimientos judiciales son el caldo de cultivo que separa y polariza a la sociedad boliviana. La interpelación a un ministro que es un recurso legal, necesario y forma parte del sistema democrático, en nuestro país se ha convertido en un el escenario en el que se ventilan muchos hechos antes que el tema que se busca esclarecer. Todas las interpelaciones de los gobiernos durante el presente siglo, diluyeron su propósito.

En la interpelación a Del Castillo, las mutuas acusaciones por las irregularidades cometidas en el ejercicio del poder antes de la transición, durante y después fueron canalizadas políticamente para responsabilizar a unos y exculpar a otros, mientras la verdad queda en la penumbra. La sesión se caracterizó por la defensa de las apreciaciones sobre si fue golpe de estado o fraude electoral, lo que sucedió durante la transición. La intención de la oposición fue hacer prevalecer el debido proceso en las detenciones de la expresidenta Jeanine Áñez y sus colaboradores, mientras que la respuesta del interpelado se fue a otro campo, atacando a los parlamentarios de la oposición que pidieron la interpelación con torpes acusaciones.

Según reportes de prensa, Del Castillo les pidió a los interpelantes no proteger al «clan mafioso ligado a la corrupción» de Áñez. «Lastimosamente aún rondan algunos parásitos que creen que lavarse las manos como Poncio Pilatos es suficiente. Se equivocan interpelantes, o apoyan la justicia o son cómplices de la narco-dictadura de Áñez. El pueblo tiene memoria», les dijo Del Castillo. Después, el ministro ofreció disculpas, pero ya se había generado una trifulca entre parlamentarios que terminó en golpes de puño mientras por lo menos dos mujeres se agarraban de los pelos. Al final, como siempre, la bancada mayoritaria respalda al interpelado y hasta lo lleva en hombros, sin haberse analizado el tema de fondo sobre si se afectó el debido proceso, motivo de la interpelación.

Las últimas dos décadas han sacudido profundamente a nuestro país, que ha caído en una vorágine de excesos y errores que han llevado a la destrucción de todos los partidos políticos tradicionales, dejando un vacío para el equilibrio democrático; también se ha llegado a una involución de valores en los que la cultura pasa a un segundo plano; la improvisación se impone a la ciencia y el conocimiento, dando lugar a que los radicalismos políticos y los dogmas se impongan sobre el sentido común. La tolerancia ha sido olvidada para dar paso a la imposición, y las libertades, por la que el pueblo boliviano derramo sangre, han quedado en suspenso.

En el último tiempo, las contradicciones jamás se las pone en una balanza. Sólo sirven como pretexto para la confrontación. El gobierno ve a los opositores como enemigos mortales y la oposición, cree ver en la mayoría que logró el MAS en el gobierno y la Asamblea Legislativa como señal de dictadura. El diálogo y la concertación han desaparecido. Todos demandan comprensión y tolerancia hacia las creencias y modos de vida propios, pero pocas veces se dispensa el mismo trato cuando se trata de las convicciones y maneras de vivir de los demás. Se ha hecho muy común acusar de corrupción a todos los demás sin ver el podrido entorno próximo. También se hecho normal, especialmente en los políticos, ser muy benévolos con sus propios defectos y drásticos con las faltas de los demás. En ese escenario es muy difícil la concertación y menos encontrar caminos que logren la solución a los múltiples problemas nacionales. Ni la muerte por la pandemia que ronda los hogares de todos hace que los políticos se serenen y analicen los hechos objetivamente. Hace falta un sacudón moral en toda la comunidad nacional.

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