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jueves, abril 25, 2024
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¿De qué vamos a vivir?

Gary Antonio Rodríguez Álvarez (*)

Ciertas frases de expresidentes bolivianos han pasado a la historia por su notoriedad, desde las tristemente célebres de Mariano Melgarejo (que no vale la pena recordar) hasta la dramática sentencia del Dr. Víctor Paz Estenssoro, cuando al asumir la Presidencia de la República en 1985, dijo con tono grave: «Bolivia se nos muere». Y dijo bien, considerando el desbarajuste heredado del gobierno de la UDP que llevó al país al borde del colapso luego de la desdolarización de la economía, y de dar gusto a las insufribles presiones de la Central Obrera Boliviana (COB) y a los sindicatos que, a punta de dinamitazos y paros lograban desmedidos aumentos salariales, el congelamiento de precios y la subvención a empresas públicas deficitarias. Para no llegar a ser un Estado fallido, el gobierno tuvo que tomar dolorosas medidas correctivas en 1985 a fin de abatir la hiperinflación que castigaba principalmente a los más pobres.

Una expresión más contemporánea que me impactó, porque la escuché varias veces, fue: «¿De qué vamos a vivir?»; la dijo el expresidente Evo Morales, la primera vez, cuando se descubrió petróleo en el Norte de La Paz y los lugareños se opusieron a su explotación; la segunda, en 2013 cuando, avizorando los signos del agotamiento del auge económico (2004-2014) buscaba alternativas a los hidrocarburos para que el PIB siga creciendo como lo venía haciendo; finalmente, en 2015, cuando ciertas personas -sin proponer alternativas realistas a un desarrollo sostenido y sostenible basado en el agro- se oponían a la expansión del área de siembra con miras a la agroexportación.

La situación actual de la economía boliviana es delicada por causas estructurales, y circunstanciales también, como el impacto de la cuarentena derivada de la pandemia en curso. Según fuentes oficiales, la caída del PIB en 2020 sería la peor en 67 años; se habría registrado, además, el séptimo déficit fiscal y el sexto déficit comercial, consecutivos; el desempleo habría trepado a un 9% y las Reservas Internacionales Netas estarían en un tercio de lo que eran en 2014.

La previsión de crecimiento económico para el 2021 es del 4,8% lo que no será difícil de alcanzar, considerando que se está comparando con un año cuando el PIB habría caído un 8,4%; el problema es que, creciendo a esa tasa, estaríamos un 4% por debajo del PIB del 2019 (el año de menor crecimiento en casi dos décadas, con un 2,2%) lo que implicaría que enfrentamos un déficit de crecimiento que socialmente podría significar un alto desempleo.

El intríngulis es ¿cómo salir rápidamente de esta situación generando empleo? En circunstancias que los hidrocarburos y la minería pasan por un difícil momento y su reactivación demanda mucho capital y tiempo… ¿de qué vamos a vivir? A Dios gracias hay una salida, pero exige una verdadera política de Estado: siendo que el mundo -con pandemia o sin ella precisa alimentarse- la salida a la recesión, es la agroexportación.

Bolivia tiene las condiciones para triplicar su producción de alimentos al 2025, exportar voluminosos excedentes, generar un millón de nuevos empleos y cambiar para bien, la historia económica del país. Ejemplo tenemos en la soya y la carne de res: garantizado el abastecimiento interno, se exporta el excedente captando divisas que, hoy más que nunca, resultan vitales para la estabilidad económica.

De ahí que pensar en cupos o prohibiciones a la exportación de alimentos, no solo iría contra la reactivación económica, sino contra los empleos de los bolivianos.

(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional

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