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jueves, marzo 28, 2024
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El bordado en Bolivia, entre mantos de vírgenes y capas de diablos

La técnica del bordado en bastidor, que llegó a tierras bolivianas con la colonia española, ha sido adaptada por los indígenas, que aprendieron primero a aplicarla en ropajes religiosos como los mantos de vírgenes y santos para usarla luego en los vistosos trajes de danzas como la Diablada o la Morenada.

Este paso de lo religioso a lo festivo, así como los secretos de esta técnica, se plasman en «Bordados, las qillqas del cuerpo y del alma», una exposición inaugurada esta semana en el Museo Nacional de Etnografía y Folclore (Musef) en La Paz.

La palabra aimara y quechua «qillqa» expresa el concepto de que un objeto es algo que tiene presencia y en el caso de la muestra hace referencia al poder de los trajes festivos y su capacidad de transformar «la ausencia en presencia», según detalla el Musef.

El bordado ha estado presente en la cultura boliviana desde la época preincaica y se nutrió con materiales y técnicas, como la que centra la exposición, durante la colonia, señala el museo.

La idea surgió hace un año por iniciativa de la curadora del museo, la antropóloga Varinia Oros, quien se alió con Jorge Quisbert, un maestro bordador que pertenece a la cuarta generación de una familia dedicada a ese oficio.

«El Musef tenía la colección de los trajes, él tenía el conocimiento, entonces lo que hemos hecho es un ensamble entre los dos. Yo he hecho la investigación más científica y él me ha brindado la parte más práctica de cómo se borda», explicó Oros a Efe.

En el proceso, ambos pudieron descubrir «que esta técnica la han traído los españoles» y que fue transmitida a los indígenas, quienes se la apropiaron «de una forma tan especial que la han plasmado en lo que son ahora los trajes» de las danzas folclóricas nacionales.

En este tipo de bordado se usa una base de cartón y materiales como los hilos entorchados de metal en oro y plata, si bien en la actualidad para los trajes festivos se usa el entrefino, que es más plástico, según Oros.

«Esta técnica era implantada básicamente en los mantos de vírgenes, de santos, en las casullas y los ternos de los curas. Y ha sido luego pasada a los trajes festivos», afirmó.

Uno de los trajes de la muestra es un antiguo atuendo de diablo «que todavía deja ver el terciopelo, deja ver esta iconografía floral que es muy parecida a la iconografía religiosa», relató.

Con el paso del tiempo, los bordados tomaron características más indígenas y se empezaron a incluir elementos «como los dragones alados, que no son otra cosa que las kataris» o serpientes.

«Han ido poniendo arco iris, escudos, cosas que les eran mucho más familiares. Entonces esto es lo que queremos mostrar en la exposición», manifestó la antropóloga.

La muestra incluye tres ropajes religiosos, entre ellos la vestimenta de una virgen hecha de seda verde y tisú con bordados plateados y dorados, de 1923.

También se lucen diez trajes de la Morenada e igual número de la Diablada de distintas datas entre los siglos XIX, XX y principios del XXI.

Los trajes más antiguos «son bastante simples en su confección y su abundancia», mientras que en los de los años 1960 a 1970 se ve «cómo el barroco se ha ido exacerbando» y «lejos de irse volviendo discretos, han ido creciendo más en espectacularidad», explicó Oros.

Una segunda sala está dedicada a la técnica en sí, con muestras de materiales como las bases de cartón, el saquillo, las cuentas de colores, perlas, mostacillas, lentejuelas, hilos y cintas, además de un vídeo en el que Quisbert explica los pormenores del oficio.

La exposición se complementa con un impreso en el que están plasmadas la investigación de Oros y los conocimientos compartidos por Quisbert, quien se declaró «feliz» con la iniciativa que es un sueño cumplido, según afirmó a Efe.

Nacido en la localidad de Achacachi, en el altiplano paceño, este maestro bordador aprendió el oficio a los 7 años y hoy, a sus 62, es uno de los pocos que aún aplica las técnicas heredadas de sus abuelos para bordar manualmente.

Hacer la vestimenta de moreno con esta técnica toma unos tres meses, con 15 a 18 horas diarias de trabajo, y el resultado es un traje con un peso de 30 a 35 kilos.

Quisbert lamentó que el bordado en bastidor se esté perdiendo, pues en la actualidad los artesanos prefieren usar detalles prefabricados y pegamento para hacer los trajes.

«Todo ya es colado (…). De la China ya llegan hasta las perlas ensartadas, las lentejuelas ensartadas. Lo que hacen es colar y un traje lo hacen en cuatro a cinco días, y bien livianito», criticó.

La muestra permanecerá en el Musef durante tres meses.

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