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miércoles, abril 17, 2024
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El charango, sonido suramericano con ecos europeos que enorgullece a Bolivia

Diez cuerdas, una afinación única y un sonido envolvente hacen del charango uno de los instrumentos estrella de Bolivia, que llegó al país en el siglo XVIII en un barco proveniente de las islas Canarias de España para convertirse en símbolo nacional y popularizarse por buena parte de Suramérica.

Cada año, desde hace ocho, Bolivia celebra un festival internacional de charango en el que se dan cita los mejores músicos y se buscan los nuevos talentos de esta especie de pequeña guitarra.

«Este festival es para promocionar a la gente joven una nueva corriente de intérpretes de charango», relata a Efe Juan Achá, director de la Fundación Cultural del Charango Boliviano.

Como novedad, este año se pudo disfrutar durante esta semana de una exposición de charangos en La Paz con ejemplares peculiares en forma de sirena, escarabajo o cabeza de toro, gracias al préstamo de la ciudad de Aiquile, capital del charango boliviano.

«Estamos presentando charangos de alta gama, hemos tenido muchos adelantos en la construcción para el campo artístico de profesionales bolivianos, latinoamericanos y españoles», apunta Achá.

El charango, según investigaciones, proviene del timple canario, un instrumento musical de cinco cuerdas que, se dice, acabó en uno de los barcos españoles con destino a América dado que estos hacían una parada de provisión en estas islas frente a la costa africana.

«A principios del siglo XVIII estaría entrando este instrumento a Bolivia, a las minas del Cerro Rico de Potosí», explica el experto.

En esa época el cerro estaba considerado la mayor mina de plata del mundo y Potosí una de las ciudades más grandes del planeta.

«Llegaban las orquestas de todo tipo a Potosí y de ahí se ramificaba a toda Sudamérica», agrega el lutier boliviano.

El nombre del instrumento proviene de «charanga», término que utilizaban los españoles en época colonial para describir el toque alegre y festivo que escuchaban en Potosí.

«En Potosí los españoles cuando escuchaban el charango, les decían estos charangueros y de ahí se queda el nombre del charango», cuenta Juan Achá.

En todo el país existen alrededor de setecientos constructores de charangos, aunque solo en la ciudad de Aiquile, de unos 25.000 habitantes, se congregan 300 lutieres.

Este pequeño instrumento de cuerda se diferencia de los demás en su afinación, lo que dificulta también su manejo.

«Casi todos los instrumentos europeos tienen el temple ascendente o descendente, y el charango es alternado. Nota aguda, nota baja, aguda, baja, bajo y octava alta, eso lo diferencia de otros instrumentos» de cuerda, puntualiza Achá.

Muy apreciado en el país, un charango puede llegar a costar unos 3.000 dólares, debido a las maderas nobles y barnices de importación que se utilizan en su construcción.

En sus orígenes, el charango se construía con calabazas o el caparazón del quirquincho, como se conoce en el país al armadillo, lo que los hacía muy interesantes para el comercio exterior, hasta que se prohibió para preservar a este peculiar mamífero.

En la actualidad se utilizan maderas nórdicas, de mayor resistencia y calidad, y en ocasiones ébano africano para el diapasón, la parte sobre la que se pisan las cuerdas.

Los músicos interpretan obras tradicionales bolivianas, como la cueca, pero también apuestan por adaptar canciones de jazz, rock o música clásica.

El erudito peruano Inca Garcilaso de la Vega lo citó en sus textos en el entonces Alto Perú, siglos antes de que a mediados del XX se popularizara también en Argentina y Chile y diera una especie de salto de vuelta a Europa para ponerse también allí de moda y llegar incluso sus notas hasta Japón.

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