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Olvido y miedo tras un año del derrumbe que se tragó sus casas en La Paz

Un año transcurrió desde el deslizamiento de tierra que dejó en la calle a decenas de familias en La Paz y aunque muchas de ellas encontraron solución, queda una veintena que aún vive en campamentos entre el olvido de las autoridades y con temor ante la pandemia del coronavirus.

El 30 de abril de 2019 es una fecha que difícilmente olvidarán los damnificados del deslizamiento en los barrios paceños de San Jorge Kantutani e Inmaculada Concepción, pues muchos vieron derrumbarse las viviendas construidas con años de trabajo y sacrificios.

La vida en los campamentos

«Ha sido como un mal sueño», recordó a Efe César Muñoz, un mecánico que perdió su casa y taller.

Los vecinos que, como Muñoz, lo perdieron todo y aquellos que tuvieron que desalojar sus viviendas por precaución fueron a dar a tres campamentos armados cerca del derrumbe.

Estos albergues llegaron a acoger hasta a 700 personas, según datos difundidos en su momento por el municipio, aunque con el paso de los meses muchos retornaron a sus viviendas y otros recibieron departamentos en edificios construidos dentro de un programa estatal de viviendas.

No tuvieron la misma suerte quienes vivían en alquiler o anticrético, una modalidad de arrendamiento en Bolivia, pues siguen en los campamentos a la espera de la aprobación de una ley en el Parlamento nacional para que les construyan viviendas sociales.

Son trece familias en esa situación en el campamento de la cancha Fígaro y otras siete en el de Libertad.

El campamento Fígaro se asienta en una cancha de cemento, bajo un tinglado rodeado por la malla metálica, mientras que el Libertad fue montado al lado de lo que fue una avenida, sin protección alguna.

Primero estuvieron en carpas y en septiembre les dieron casas prefabricadas con un solo ambiente en el que las familias duermen, comen y cumplen todas sus actividades, mientras que comparten precarios espacios comunes habilitados para cocinar, además de los baños.

La queja de los damnificados

«Nos sentimos desolados porque no tenemos ningún tipo de ayuda», dijo a Efe Andrés Escobar, un delegado del campamento Fígaro.

Escobar denunció que no viven bien en el lugar porque el frío se cuela por las hendiduras de las casas y hace meses no tienen novedades de las autoridades municipales, nacionales ni del Legislativo.

«De nosotros se han olvidado todos, nos han hecho a un lado», lamentó por su parte Lidia Yujra, otra vecina del campamento Fígaro.

Los damnificados coincidieron en que sus intentos por mantenerse a flote económicamente se vieron frustrados primero por la crisis social y política tras las fallidas elecciones de octubre pasado en Bolivia y ahora por la cuarentena por el COVID-19.

«Cada uno sale y no sabemos si estamos trayendo el virus o no», comentó Muñoz, sin que tuvieran eco sus pedidos para que el campamento sea fumigado o les otorguen mascarillas y gel sanitizador.

En el campamento Libertad la situación no es mejor, pues al abandono, las limitaciones económicas, las incomodidades y el miedo a la COVID-19, se suma la inseguridad, comentaron a Efe dos damnificadas, Roberta Loma y Marina Alejandra.

«Al principio había seguridad, pero ya no hay nada, prácticamente estamos viviendo al aire», lamentó Marina.

Con todo, los damnificados no pierden la esperanza de que las autoridades se acuerden de ellos y den luz verde a la construcción de sus viviendas.

Desde las casas prefabricadas de Roberta y Marina se ve la residencia presidencial, a la que miran de reojo esperando una solución.

Memoria y presente

El momento del desplome de casas y edificios o el dantesco avance cual lava de una masa negra de tierra quedaron plasmados en videos y en la memoria de toda Bolivia.

Hoy la zona del desastre se ve como un cerro aplanado en algunos sectores y en otros tramos de gradas que no van a ningún lugar, pedazos de muros cubiertos de azulejos o restos de ladrillos, entre otros vestigios de lo que en su momento fueron edificaciones.

Hay sectores cubiertos por enormes plásticos para evitar nuevos deslizamientos, sobre todo en la época de lluvias que suele ser causante de los derrumbes en La Paz.

El paso por el lugar estaba prohibido inicialmente, pero ahora hay caminos peatonales improvisados y escaleras de madera.

La maquinaria de la Alcaldía paceña para estabilizar el terreno está en la zona, aunque las restricciones por la cuarentena han paralizado las obras.

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