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lunes, mayo 6, 2024
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Fidelidad en la información

La intención por imponer supuestas verdades se acrecienta en diferentes momentos de la vida política del país, pero especialmente en los procesos electorales, ya sea mediante propaganda o buscando persuadir mediante argumentos que muchas veces rayan en sofismas. Promesas del oficialismo que hasta el 2025 Bolivia será una potencia económica mundial, o el centro energético del continente, rivalizan con apreciaciones de la oposición que ven perdidos para el país los 13 años de gobierno del MAS, o que nada se hizo en la última década. Parece que los políticos no acaban de comprender que el pueblo no está conformado por gente que no razona ni valora los hechos.

Los ciudadanos -desde el campesino que ya sabe leer hasta el profesional altamente calificado- aprecian las causas nobles, los aciertos, el trabajo y hasta las buenas intenciones, así como deplora los errores y la falsedad, que la percibe inclusive a través de la opacidad con la que los políticos encubren sus actuaciones. Los esfuerzos de la oposición por mostrar un desastre en el país no encuentran eco en la gente, que se siente beneficiada por la política social, los bonos y obras. Pero tampoco cree en la propaganda por mostrar una imagen altamente próspera.

Es preocupante la ligereza con la que se maneja la información tanto por autoridades, políticos y hasta instituciones tanto oficialistas como de la oposición. Con mucha facilidad se intenta desinformar sobre problemas como la situación económico-financiera que merece ser tratada responsablemente. La oposición no mide consecuencias y busca mostrar un panorama caótico, augurando próximos desastres que nunca llegan. A su vez, el oficialismo afirma que la economía es sólida, que la disminución de las reservas internacionales no afecta, y sin embargo el Banco Central deja de vender dólares, y el gobierno emite disposiciones para evitar la salida de divisas y limita las inversiones de los bancos en el exterior, dando señales negativas.

Daría la impresión de que algunas autoridades consideran que la ciudadanía carece de capacidad para discernir la verdad de la mentira, la sinceridad del engaño, y que se puede impunemente esconder la realidad. Pero el pueblo no es tonto y percibe el engaño. Puede ser tolerante algún tiempo, puede esperar respuestas otro lapso, pero en algún momento se tensará tanto la situación que los desenlaces serán imprevisibles.

La ciudadanía se da cuenta del engaño y tolera hasta cierto grado el cálculo político y hasta puede dibujar una sonrisa frente a una constante que se traduce en cambiar el concepto de la verdad, evitar la transparencia, y esconder las verdaderas intenciones con discursos y arengas. Pero todo tiene un límite. El significado de la palabra verdad abarca desde la honestidad, la buena fe y la sinceridad; la conformidad de lo que se dice con lo que se siente se piensa y se hace. El ciudadano distingue el engaño y se da perfecta cuenta que algo no está de acuerdo con la realidad y los hechos.

Desgraciadamente, en la política criolla boliviana, la verdad ha sido degradada, manoseada y convertida en un eufemismo de la apariencia. Más aún en la actual coyuntura de la relación de los diferentes factores que intervienen en la política nacional, donde la verdad ha sido la víctima propicia para el engaño. La mentira o las verdades a medias perturban la claridad que requiere el país, y que es indispensable para la búsqueda de un destino de esperanza, de realidades, y de metas posibles. La gente sabe aquilatar la información y darle el sentido que merece, de manera que cuando el oficialismo dice que en las próximas elecciones ganará con el 70% de los votos, así como tampoco cree en la unidad de la oposición y sus ofrecimientos de respeto y cambio.

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