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jueves, abril 25, 2024
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Irreparable daño ambiental por la minería

La contaminación ambiental ocasionada por la minería deriva en consecuencias irreparables para el medioambiente y en un descontrol en la explotación. La historia de Bolivia está íntimamente ligada a la minería que en algún momento sirvió para sostener las arcas del Estado, pero los beneficios para la población y la comunidad nacional han sido nulos. Siempre han sido pocos los beneficiados, desde la colonia, cuando los españoles se llevaban la plata de Potosí explotando a los indígenas; luego fueron los «barones del estaño», algunas empresas, después Comibol, y ahora los cooperativistas que poco aportan a la comunidad o al país, pero generan un quebranto ecológico de grandes proporciones, que nadie se ocupa de evaluar y menos de solucionar.

El gobierno está lejos de hacer cumplir las previsiones del acuerdo de París para la defensa del medioambiente, mientras el crecimiento de la actividad minera, especialmente aurífera, es incontrolable. Operan en el país cerca de dos mil cooperativas y grupos particulares, y no todos están afiliados a Fencomin y Ferreco, las entidades cooperativistas que funcionan oficialmente. Diversos estudios han coincidido en que la minería afecta cada año a la salud de un número significativo de trabajadores, no solamente con tuberculosis, silicosis y otras enfermedades pulmonares, sino que ahora envenenan a los operadores con la utilización de mercurio para la explotación de oro. Asimismo, la contaminación llega a los ríos poniendo en riesgo a las poblaciones ribereñas. En las últimas semanas, varios periódicos nacionales se han ocupado de este tema y los riesgos que implica para la salud de la población y para el medioambiente. Un reportaje de María Mena detalla que por lo menos 4 minerales nocivos y 13 mil toneladas de desechos recorren el Pilcomayo, después que la madrugada del sábado 23 de julio colapsó el dique de colas de la cooperativa minera Agua Dulce, de propiedad de Fencomin, que contaminó el río internacional.

Las aguas del Pilcomayo discurren por territorio boliviano, argentino y paraguayo. Nacen en Potosí, siguen su curso por Chuquisaca y Tarija (Bolivia), continúan por Salta, Formosa (Argentina), Boquerón y Presidente Hayes (Paraguay). El río tiene una longitud de 1.590 kilómetros y un ancho de cuatro metros. Históricamente es un río contaminado por el extractivismo minero en Potosí, aunque este reciente desastre provocado por la mano del hombre es considerado el más catastrófico para el medioambiente, según expertos. Lo lamentable es que el gobierno elude el cumplimiento de su deber y hasta ahora nada hace por solucionar el problema. Los gobiernos departamentales y los municipios apenas si iniciaron una precaria evaluación. El viceministro de Medio Ambiente, Biodiversidad, Cambios Climáticos y de Gestión y Desarrollo Forestal, Magín Herrera, informó que los tóxicos mineros que se derramaron en la comunidad de Agua Dulce, en Potosí, se extendieron por 32 kilómetros, pero todavía no llegaron a Chuquisaca ni a Tarija. Sin embargo, desde Argentina se denunció la contaminación del rio Pilcomayo y recomendaron no utilizar sus aguas.

Otro dramático descontrol ocurre con la explotación de oro utilizando mercurio en los ríos y minas del norte del país: Un trabajo de investigación de Sergio Mendoza Reyes, con la colaboración de Yenny Escalante, apoyado por Internews, revela cómo los fundidores queman mercurio y emiten gases tóxicos en los centros de La Paz y El Alto. Afirma que se ha demostrado que contamina ríos y enferma comunidades indígenas. Lo que muchos ignoran es que también envenena el aire de las ciudades de La Paz y El Alto, sin que las autoridades hagan algo al respecto ni se conozca la magnitud de la contaminación. El vapor de los hornos de fundición contamina con mercurio el aire. La calle Tarapacá, está cerca al centro de la ciudad de La Paz, en una zona comercial… Es una de las calles mejor vigiladas en toda la ciudad, con cámaras instaladas a cada paso, y es donde hay más oro y mercurio a la vista. Las plantas bajas de los edificios están repletas de letreros: «Se compra oro», «Se funde oro en cualquier estado», «Hay mercurio». Esta calle es conocida por las incontables joyas expuestas en los mostradores. Aquí no solo venden mercurio para la minería, también lo queman en unos hornos artesanales, que arrojan la sustancia tóxica a través de sus chimeneas. Aquí también llegan los mineros para comprar las botellitas de mercurio. Cada una contiene un kilo y cuesta unos 1.200 bolivianos (175 dólares); pero también se vende por gramos. El contenido se vacía en unas bolsitas de plástico o en otro recipiente.

Hay normas legales para el control de sustancias como el mercurio, pero existe una tolerancia que raya en la irresponsabilidad y la complicidad. Tampoco se honran los compromisos que Bolivia ha asumido con la comunidad internacional para proteger el medioambiente, luchar contra la contaminación y sumarse a la preservación de la salud y la defensa del planeta. Lamentablemente, estos compromisos no se respetan. Los llamados de la ONU para preservar al planeta son constantes y ha convocado a los gobernantes del mundo para asumir esta responsabilidad en consenso. El planeta pocas veces ha enfrentado una crisis como la actual que amenaza tanto a las generaciones actuales como a las venideras.

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